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Democracia
Columna
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El pueblo cabe en un billete

La historia rebosa de caudillos que reclaman representar al pueblo, con un ego astronómico y beneficios particulares

Cientos de personas ven un discurso de Gustavo Petro, en Bogotá, Colombia, el 1 de mayo del 2023.

El pueblo debe reclamar a quienes lo han engañado y traicionado. Porque el pueblo es soberano. Porque del pueblo emana el poder que disfrutan los funcionarios. Porque la voz de Dios es la voz del pueblo. El pueblo, sí: esa representación sublime de una identidad compartida. Pueblo perfecto. Pueblo único. Pueblo formidable. Pueblo infalible. Pero, además, pueblo sobre el que cabalgan los caudillos, siempre bien provistos de las anteojeras necesarias para que ese pueblo no se desvíe del camino “correcto”. Pueblo soberano y domado.

Ese mismo pueblo que elige en urnas a los corruptos. Pueblo que recibe tejas, cemento, tamales y billetes de cincuenta a cambio de llevar ratas a las corporaciones públicas. Y a los hijos de las ratas. Y a las parejas de las ratas. Y a los hermanos de las ratas. Y a los herederos de las ratas. Pueblo experto en que siga transmitiéndose la tuberculosis, la tifoidea y la triquinosis en la política. Pueblo soberano y atolondrado.

Ese mismo pueblo que deja tirado el puesto para ir a marchar en defensa de unas reformas que no entiende bien. Porque el pueblo no necesita comprensión. El pueblo se nutre de aquello que regurgitan sus mesías, a quienes les delega las nimiedades del discernimiento. El pueblo no requiere de matices: pobre-rico, oligarca-desposeído, facho-progresista, libertario-esclavista… al pueblo le privan los extremos. Pueblo que prefiere el titular por sobre la argumentación. Pueblo arrodillado a quien reclama representarlo. Pueblo soberano y cándido.

Ese mismo pueblo que azuzan para que odie a los medios de comunicación y a los periodistas, porque les repiten en todos los tonos que sirven a Epulón. Pueblo dispuesto a que le llenen la cabeza de protocolos, según los cuales, la prensa es el instrumento de la oligarquía para mantener prebendas mundiales. Porque el pueblo acepta que las nuevas verdades las digan los comunicadores e influencers pagados con dineros públicos. Pueblo que solo oye lo que quiere oír. Pueblo soberano y botarate.

Ese mismo pueblo que defiende sus derechos en las calles y deja que broten de sus entrañas los vándalos, dispuestos a destruir los bienes públicos y la propiedad privada. Pueblo que se organiza en agresivas falanges para intimidar, insultar y atropellar. Pero no hay exceso que no tenga justificación, porque el pueblo es una divinidad con millones de brazos y piernas. Y que nadie se interponga en la carrera firme del pueblo para lo que sea y como sea, porque, como dijo Hegel, “el pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere”. Pueblo soberano y manipulado.

Ese mismo pueblo que está dispuesto a fustigar empresarios, a acorralar jueces y magistrados, a defenestrar congresistas. Que pasa por encima de los uniformados y hasta los secuestra. Que nunca logra consulta médica y tiene que conformarse con consulta popular. Pueblo que es hábilmente sugestionado para que siempre crea que es el verdadero poder. Pueblo que ni se da cuenta de que lo usan como bomba para inflar egos. Pueblo soberano e iluso.

Cuando el pueblo se levanta, no capta que lo están levantando para el manoseo. Para que lo usen las nuevas estrellas del tinglado político, siempre necesitadas del pueblo y su ingenuidad ancestral. Aquello del hombre que no era un hombre, sino un pueblo (sobre todo por la sangre derramada un 9 de abril), tendrá único inquilino para la posteridad. Rechace imitaciones. Gaitán pensaba que “el pueblo siempre es superior a sus dirigentes”. Se quedó corto: el pueblo siempre es superior a sus dirigentes, pero termina postrándoseles. El pueblo cabe en un billete.

Razón tenía Salom Becerra: aun si los mesías que dicen representarlo llegan al poder, ¡al pueblo nunca le toca!

***

Retaguardia. Cuando un presidente afirma, con la fuerza de la voz oficial, que un medio es “faro de la verdad”, es hora de que, en materia de independencia y equilibrio, ese medio haga una profunda reflexión sobre el rumbo que lleva. Sobre todo, si dedica pantalla a celebrarles aniversarios a delincuentes y a “lavar” la cara de personajes acusados de abusar menores. Más todavía, si se sostiene con dineros de los colombianos. Para el periodismo, la bendición del poder es maldición. Y sus maldiciones, una bendición.

Retaguardia II. ¡Qué difícil les resulta a algunos ex Farc presentar excusas a tantos menores que maltrataron, abusaron, violaron y fusilaron! El pecado acobarda.

Retaguardia III. Un pronunciamiento del Consejo de Estado, proferido en derecho, le permite al señor presidente seguir exhibiéndonos la bandera del M-19. Petición respetuosa: que no la pasee frente al Palacio de Justicia en este, el aniversario cuarenta del día en que ardió la Corte Suprema. También el Consejo de Estado.


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