Añoranza del pluscuamperfecto
Este tiempo verbal va desapareciendo del lenguaje periodístico, en el que la pobreza abunda, paradójicamente


El pretérito pluscuamperfecto representa el tiempo más lejano en nuestro reloj gramatical, porque se sitúa antes que cualquier otro pasado: “Mi hermana se propuso arreglar mi ordenador, sin saber que ya lo había donado yo a la ciencia” (indicativo). “Habría corrido el maratón si no hubiera bebido tanto” (subjuntivo).
Los gramáticos han querido que lo denominemos así, con apariencia de sincera iración: plus-quam-perfecto; porque supera a esa perfección de andar por casa que exhiben los tiempos simplemente perfectos como “he venido” o “escribió”.
Se llaman tiempos perfectivos o perfectos aquellos en los cuales la acción se ha completado, a diferencia de los tiempos en que eso no ha sucedido y a los que denominamos “imperfectos”. “Terminé” es un tiempo perfecto. “Terminaba”, “terminaría” o “termino” no entran en ese cajón, porque con ellos no damos la acción por rematada. Eso causa la paradoja de que “hoy ha hecho un día desagradable y lluvioso” se considere un tiempo perfecto.
Pero claro, aquí “perfecto” no significa que algo ha alcanzado el mayor grado de bondad o excelencia, sino que ha pasado de la ideación a la ejecución, y por tanto se ha perfeccionado. Y unos verbos son más perfectos que otros (más-que-perfectos) únicamente porque la acción que muestran había acabado antes.
Del nombre “pluscuamperfecto” tiene alguna culpa el latín, pues en aquella lengua el verbo perficio (de per-facio) significa “llevar a término una acción”. Y perfectio se refería a lo que se había concluido. Para los romanos, una casa estaba perfecta si la habían acabado; eso tenía su lógica. No podemos considerar perfecta una vivienda a la que aún no le han puesto la puerta.
Nebrija denominó a este tiempo en su gramática castellana “el más que acabado”, lo que en las escuelas de hoy se habría comprendido mejor que el latinajo enmascarado.
Y en efecto: si tenemos un verbo acabado como “cenó”, este lo fue antes: “Mi prima ya había cenado cuando cenó en tu casa”. Por tanto, perfeccionó la cena dos veces.
En fin, con todo esto pretendía crear cierto cariño hacia el pluscuamperfecto, para que los lectores distraídos lo valoren como se merece y sientan un dolorcillo cuando les explique ahora que va desapareciendo del lenguaje periodístico. Por ejemplo, en esta frase: “La distribución de ayuda humanitaria en Gaza (...) comenzó ayer en la Franja. En medio de todas las dudas (...), Israel informó del comienzo de ese reparto de alimentos entre los gazatíes”.
Ahora bien, ¿primero informó Israel y luego se distribuyó la ayuda? ¿O fue al revés? En este segundo caso, valdría la pena haber escrito: “La distribución de ayuda humanitaria en Gaza comenzó ayer en la Franja. En medio de todas las dudas (...), Israel había informado del comienzo de ese reparto de alimentos entre los gazatíes”. Y en el supuesto contrario, “La distribución de ayuda humanitaria en Gaza ya había empezado en la Franja cuando (...) Israel informó del comienzo de ese reparto”.
De igual modo, le convenía el pluscuamperfecto a esta otra narración: “La presidencia polaca de la UE aplazó la votación, a la vista de que no estaba asegurada la unanimidad. Al menos siete países expresaron sus reservas”. Habría sido mejor “al menos siete países habían expresado sus reservas”, pues esta acción precedió la otra.
Como habrán visto, en estos dos ejemplos, igual que en otros que se leen cada día, se muestra un mismo tiempo perfectivo para referir dos hechos no simultáneos (o asíncronos). La sintaxis relajada abunda en la pobreza de la comunicación actual (es una pobreza muy abundante, valga el contrasentido), y eso dista mucho de lo que hoy en día se puede considerar perfección.
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NOTA DEL AUTOR. En la mañana del miércoles 28 se han modificado y actualizado en este artículo los ejemplos de los últimos párrafos, para una mejor comprensión.
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