El factor escondido en la batalla en el seno de la OTAN
Detrás del pulso sobre objetivos de gasto y reparto de tareas subyace la necesidad de Europa de evitar rupturas abruptas y ganar tiempo para construir su independencia


Las negociaciones entre EE UU y la UE en materia comercial concentran, comprensiblemente, mucha atención mediática y política. Pero en paralelo se desarrollan estos días otras negociaciones con una importancia trascendental, aquellas que preparan la cumbre de la OTAN prevista a finales de junio en los Países Bajos. Su impacto sobre el futuro de Europa, de sus ciudadanos, es elevadísimo.
Los términos de la negociación son claros. EE UU reclama fijar un objetivo de gasto en defensa de cada aliado del 5% del PIB. Quiere que los europeos asuman el coste de su seguridad. Varias istraciones lo han reclamado en las últimas décadas; la de Donald Trump simplemente lo hace de una forma más brutal, una que ha ya erosionado la credibilidad de la alianza. El secretario general Mark Rutte plantea alcanzar el objetivo en 2032 con el modelo 3,5% + 1,5% (con la primera cuota en defensa pura y la segunda en gastos relacionables como infraestructuras, ciberseguridad, etc.).
Vinculado a ello se perfila una fuerte subida de las exigencias sobre los europeos en cuanto a los recursos convencionales que deben tener listos para sostener los planes de defensa común de la Alianza. Reuters informaba esta semana de que la OTAN planea requerir a Alemania que ponga a disposición otras siete brigadas, unos 40.000 efectivos, en los próximos años. Esta realidad avanza inexorable en paralelo a la voluntad de Washington de aligerar su histórico despliegue en el continente. No hay dudas de que el paraguas convencional se irá replegando, solo las hay acerca de ritmo y cuantía. Cabe intuir que hay elementos en el Pentágono que tratan de que esto ocurra de manera ordenada, pero Trump es imprevisible. En cuanto al paraguas nuclear, son muchos los aliados que ya dudan de su credibilidad.
Estas premisas, junto con el imperialismo violento de Vladímir Putin, concitan un consenso bastante amplio entre los aliados. La gran mayoría de los europeos parece estar por la labor de adoptar esos objetivos. Pero el 5% de gasto coloca en una situación insostenible a un puñado de países, sobre todo Italia o España, que para cumplirlo deberían dar un salto de gigante, ya que están lejos incluso del 2% pactado en Gales en 2014. Para ellos es un problema descomunal.
Tal vez puedan lograrse algunos ajustes en el acuerdo final que ofrezcan margen —por ejemplo, algo más de tiempo— pero parece improbable que se pueda alterar de forma sustancial ese marco; entre otras cosas, porque países europeos fundamentales como Alemania están de acuerdo. Negociar es legítimo y hay argumentos para considerar que no tiene por qué ser un incremento hasta el 5% en 2032. No obstante, hay que medir bien el riesgo de elevar demasiado la tensión, de forzar bloqueos incómodos. No está en los intereses de ningún país en concreto, y desde luego de Europa, que la cumbre se torne en un combate de boxeo.
España, en concreto, presenta algunos argumentos racionales. Es cierto que es un país más proveedor que receptor de seguridad, y esto es un factor relevante. Es cierto que aumentos abruptos e ingentes de gasto difícilmente pueden convertirse en inversiones eficaces. Es cierto que establecer objetivos icónicos no necesariamente responde a exigencias reales exactas. No obstante, España carga con la responsabilidad de no haber subido antes de forma adecuada el gasto, incumpliendo el espíritu del acuerdo de Gales en 2014. El Gobierno de Mariano Rajoy pasó por completo, mientras que el de Sánchez lo subió, pero de forma insuficiente. Podría haber llegado a 2025 en otra situación. No quiso o no pudo; pero, en cualquier caso, no fue culpa de un meteorito. Ahora tiene un problema de su propia creación y sus argumentos pesan poco. Y tiene unas obligaciones de solidaridad ineludibles, después de haber disfrutado del apoyo de otros europeos con fondos de convergencia o pandémicos. Italia también tiene que apechugar con sus propios retrasos y fallos.
En el proceso, lo fundamental es entender la necesidad estratégica de fondo. Esta es que Europa debe asumir las riendas de su seguridad, lo que es un objetivo en sí mismo y además un instrumento para la construcción de una nueva dimensión geopolítica del proyecto común. Ya está claro que no puede contar con EEUU. Algo ha cambiado en la relación transatlántica, y debe, pues, cambiar la mentalidad europea. Ya está claro que Putin tiene planes imperialistas. No, no es creíble que vaya a invadir Polonia dentro de dos años. Pero sí, cabe temer que si le va bien en Ucrania, si nos percibe frágiles, divididos, sin el respaldo de EE UU, podría seguir en el plan iniciado con Georgia y Ucrania. Quienes lo dudan suelen estar en este otro lado de Europa.
Es posible que el 5% es una cifra exagerada. Pero es evidente que Europa necesita ser independiente; que no tiene hoy capacidad para defenderse de un ataque de gran escala; que la construcción de esas capacidades —mientras a la vez tendremos que sostener, solos, a Ucrania— no se logra simplemente con una mayor cooperación interna, gasto más eficiente, economías de escala. Hay que actuar.
Y aun actuando decididos, necesitaremos tiempo, no podremos conseguir nuestro objetivo estratégico pronto. El tiempo es el factor escondido de la ecuación de la cumbre. Evitar rupturas abruptas que precipiten una retirada de EE UU de Europa o la congelación de su respaldo a Ucrania es un activo. Ante Trump, no debemos ceder en principios fundamentales, pero compromisos tácticos para logros estratégicos son parte racional del juego. Es en esa clave que pueden leerse muchas actuaciones de Keir Starmer, Emmanuel Macron, Friedrich Merz e incluso del Volodímir Zelenski sometido a una indecente emboscada en el Despacho Oval, líderes de distinta ideología pero alineados en una estrategia. Evitar la fractura abrupta, ganar tiempo para construir una nueva Europa más independiente, en distintas geometrías para distintas funciones, la de la UE, la de coaliciones ad hoc, e incluso la de una OTAN con un baricentro más europeo. Ganar tiempo para Europa: ese es el factor escondido detrás de la cumbre transatlántica.
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