Infamia
Kristi Noem es, como buena parte de la istración Trump, una incompetente que ignora lo básico para ejercer de manera adecuada las responsabilidades que tiene


Pasó por Colombia la infame Kristi Noem, que en el Gobierno de infames de Donald Trump ocupa el puesto de secretaria de Seguridad Nacional, y dejó tras su partida la predecible impresión de que no había entendido nada. De aquí salió a decir que Petro se había declarado amigo del Tren de Aragua, lo cual no es verosímil, y que Petro se había pasado media hora criticando a Trump, lo cual sería milagroso: demostraría una capacidad de concentración que no le hemos visto al presidente. Por otra parte, hay que imaginarse los monólogos desquiciados de Petro, que han debido de ser un reto imposible para el traductor de turno y una fuente inagotable de malentendidos: Petro habla de manera especialmente confusa, desordenada y anárquica, y ni siquiera cuando lee discursos ya escritos parece ser capaz de ilación o claridad o coherencia. Lo peor es que habla sin claridad ni coherencia porque así piensa, y eso lo pagamos los colombianos todos los días: su Gobierno errático, improvisador y caótico es el reflejo fiel del desorden que tiene en su cabeza.
Pero vuelvo a Noem, que no entendió nada en Colombia. No es para sorprenderse, por supuesto, pues Noem es, como buena parte de la istración Trump, una incompetente que ignora lo básico para ejercer de manera adecuada las responsabilidades que tiene, y que está en su puesto por su lealtad zalamera con Trump y por su adhesión fundamentalista a los principios esenciales del movimiento Maga: la xenofobia organizada, la mal disimulada arrogancia imperialista, la orgullosa ignorancia de casi todo, el ánimo de venganza y la crueldad innecesaria como forma de la política. En el mismo viaje de enviada imperialista pasó por El Salvador, un régimen infame como ella, y se hizo tomar unas fotos infames frente a una jaula con gente. Eran los presos de las cárceles de Nayib Bukele ―o de la cárcel principal de su Gulag latinoamericano―, que le sirvieron a Noem como material de atrezzo o de propaganda: allí los pusieron, semidesnudos y en fila, para que adornaran la sesión fotográfica más infame que se haya hecho ningún miembro de ningún gabinete de ningún gobierno norteamericano.
La foto me ha traído a la memoria ―y no soy el único― aquellas imágenes infames de Abu Ghraib: la valiente soldada Lynndie England parecía llevar con un lazo a un preso iraquí, encapuchado y desnudo, que se arrastraba por el suelo. Años después hemos empezado a comprender el daño que esa foto le hizo a la retórica belicista de Estados Unidos, o a su relato sobre la guerra de Irak: una sola imagen echó por tierra todo el discurso oficial sobre los valores que supuestamente se estaban defendiendo. La diferencia ahora es que las fotos de Abu Ghraib expusieron una crueldad hipócrita y escondida, mientras que la foto de Noem pone en escena una crueldad orgullosa y abierta. Y ahora recordaré, por si queda alguno de mis lectores que no lo haya hecho ya, el infame episodio de los animales de Kristi Noem, sobre el cual escribí en su momento. Lo contó ella misma en su propio libro, con lo cual le quedó más difícil hacer lo que hacen los trumpistas cuando se ven enfrentados a sus propias infamias: negar, desviar y confundir. Y le quedó más difícil no sólo porque lo haya contado ella misma, sino porque lo contaba con orgullo: porque eran los meses en que Noem comenzaba a sonar para candidata a la vicepresidencia, y creía que así ganaría el favor de quienes tenían que elegirla.
Noem contó cómo había tenido que matar de un tiro a su perrita Crickets, una pointer de 14 meses que estaba entrenando para cazar faisanes. La perra tenía una personalidad agresiva, según su dueña; un día Noem la llevó de cacería con perros mayores para que aprendiera a comportarse, pero la perra se pasó el tiempo espantando a los pájaros y “pasándoselo como nunca”. De regreso a la casa, atacó a los pollos de un vecino e incluso trató de morder a Noem: y fue entonces cuando ella se dio cuenta de que Crickets era un peligro, la llevó a un foso y le pegó un tiro. “No fue agradable”, escribe, “pero había que hacerlo”. Pero la escena no termina ahí. “Después de aquello”, escribe Noem, “me di cuenta de que había que hacer otro trabajo desagradable”. Se trataba de una cabra que también, al parecer, tenía un problema de agresividad: había perseguido a sus hijos, los había tumbado al suelo, les había estropeado la ropa. Noem la llevó a otra fosa (o a la misma, no queda claro) y le pegó un tiro. Pero la cabra saltó en el momento del disparo, y el tiro apenas la hirió; Noem tuvo que ir a su camioneta para cargar de nuevo el rifle y luego volvió a rematar a la cabra. La escena termina con la descripción del bus escolar en que llegan sus hijos. Su hija Kennedy mira alrededor, confundida, y pregunta: “¿Dónde está Crickets?”
Después del breve escándalo que provocaron las revelaciones, después de que se convirtieran en el centro de todos los programas de sátira, Noem declaró: “Tal vez si fuera mejor política no lo habría contado”. Su candidatura a la vicepresidencia implosionó sin remedio, y en su momento nos pareció que incluso para la mentalidad trumpista había ido demasiado lejos: no por matar perros ni cabras de manera deliberadamente cruel, sino por contarlo con orgullo. Qué ingenuidad: meses después está aquí, liderando el Departamento de Seguridad Nacional que tiene en sus manos el destino de miles de latinoamericanos ―indocumentados o no― que han sido arrestados y enviados a la cárcel salvadoreña aunque sean nacionales de otros países. Y para eso utiliza la foto de los presos: para amenazar a otros inmigrantes latinoamericanos ―inmigrantes a Estados Unidos, se entiende― con mandarlos allí.
Y ahora, poco después de la gira de Noem por América Latina, llegó Nayib Bukele a Washington. Y se sacó fotos con Trump en el Salón Oval, sentado en el mismo espacio donde se sentó antes Zelenski: y cuánta distancia hay entre los dos hombres. A Bukele le preguntaron por el caso del ciudadano norteamericano Kilmar Abrego García, deportado por error y preso en una cárcel salvadoreña. Sobre él no hay acusaciones ni se cumplió en su caso el debido proceso; la Corte Suprema de Justicia ya le ha ordenado a la istración Trump que facilite el regreso del hombre, y Trump ha desdeñado la orden como si la Constitución no existiera. Ahora, mientras escribo, me entero de que el Gobierno ha cambiado su versión de las cosas: ellos mismos aceptaron ante la justicia que la deportación de Abrego García se había hecho por error, pero ahora acaban de encontrar pruebas de su peligrosidad. Cualquiera se dará cuenta de que eso no importa: no hay ningún proceso, ninguna sentencia, ningún juez involucrado. Esas garantías ya no existen en los Estados Unidos de Trump.
A Bukele le preguntaron los periodistas si iba a hacer algo para que el hombre regresara a Estados Unidos, donde vive con su esposa. Con una expresión de cinismo repugnante, medio echado hacia atrás en el sillón amarillo, dijo que no podía hacer nada al respecto. Trump sonreía.
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