Encuentro en el desierto
Parte importante que la serie ‘Adolescencia’ deja entrever que muchos de los problemas que aquejan a los niños y jóvenes se corresponden con una carencia de encuentro y de o con sus semejantes

Mucho se ha señalado con motivo de la serie Adolescencia, recientemente estrenada en Netflix. Y aunque han sido las nuevas generaciones la víctima por excelencia de las redes sociales, el resto de la sociedad no queda ajena del influjo negativo de estas. El alcance no solo permea a los padres, cuidadores o educadores de dichos niños y jóvenes. Nos interpela a todos en cuanto de una misma polis.
Parte importante que la serie deja entrever que muchos de los problemas que aquejan a los niños y jóvenes se corresponden con una carencia de encuentro y de o con sus semejantes. Pero más allá de sus particularismos, la esencia del fenómeno no es novedad. Una de las principales herramientas de las que se valió el terror totalitario del siglo XX fue el aniquilamiento del espacio entre los hombres. Ese espacio es vital en nuestra convivencia, pues constituye la apertura desde donde asoma la pluralidad y la diversidad de toda sociedad. Al asfixiar dicho entre, los hombres se convierten en Uno, negándose con ello la diferenciación que es propia de nuestra condición de seres únicos e irrepetibles. Al borrarse toda distinción, la masa se torna más susceptible de ser maleable por ficciones y narrativas que se independizan de toda realidad. Anulado el o con los demás, las personas dejan de experimentar y de pensar por sí mismas.
La lógica de la sociabilidad digital operaría bajo categorías análogas: al invadir con fuerza los espacios de comunicación, resultan perniciosas para el cultivo de la reflexión y la experiencia. Hoy, quizás más que nunca, buscamos estar con otros, pero no junto a otros. Buscamos el reconocimiento y el visto bueno del otro, pero no su presencia. El resultado no es la soledad, sino el aislamiento, que es peor, ya que acarrea una sensación de no pertenecer al mundo. La soledad, señalaba Arendt, requiere que uno esté solo, mientras que la desolación nunca aparece mejor que en compañía de otros.
Contrariar el aislamiento supone buscar esa compañía, que bajo el imperio de las pantallas termina siendo artificial, si es que no ilusoria. Propiciar el encuentro con el Otro constituye el único espacio o entre a partir del cual puede brotar el amor hacia la vida y el germen para poder construir un mundo mejor. No por nada Arendt entendió que el ser humano es un ser hacia la vida antes que un ser hacia la muerte: un ser desde la vida, como la vida, en la vida, que es, en esencia, eterno reinicio y eterno cambio. Por eso el amor termina anteponiéndose sobre la muerte, en tanto el primero, a diferencia del segundo, es capaz de crear mundo.
Los adolescentes y jóvenes no necesitan un mundo cambiado ni transformado para poder salir de la desolación que los embarga. Necesitan dotar de más mundo al mundo, de crear mundo allí donde ahora solo hay desierto. Impedir que dicha tormenta de arena siga avanzando en sus espíritus (y en los de todos) supone, necesariamente, habitar entre otros, reconociéndonos, siendo nosotros mismos junto a los demás, pues es solo en la pluralidad que en ese espacio asoma donde nuestra libertad, y la condición humana en último término, cobra su primigenio y original sentido.
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