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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La lección del papa Francisco para Chile

Bergoglio se equivocó en nuestras tierras y luego supo reconocer y enmendar. ¿Es tanto pedir lo mismo en el debate público?

papa Francisco
Rocío Montes

[Esta pieza es una versión de uno de los envíos de la newsletter semanal de Chile, que se envía todos los miércoles. Si quiere suscribirse, puede hacerlo a través de este enlace].

Hola queridos lectores,

Esta última semana ha muerto el papa Francisco y sobre su vida, pontificado y muerte se ha dicho todo casi desde todos los ángulos, incluso los insólitos. Pero en este boletín semanal que les hacemos llegar este jueves 24 de abril en forma extraordinaria -acostumbramos a hacerlo los miércoles-, quisiera detenerme solamente en la lección que nos ha dado Bergoglio a los chilenos. Es, a mi juicio, una lección de humanidad básica: enmendar tras errar. En su única visita a Chile, en enero de 2018, se armó un gran escándalo cuando defendió al obispo de Osorno, Juan Barros, encubridor de abusos sexuales, sobre todo en el marco del caso Karadima. El Papa habló de “calumnias” en contra de su obispo. Pero con el paso de las horas, Francisco reconoció su error, pidió perdón a las víctimas y envió a Chile a un emisario, Charles Scicluna, para investigar toda la trama de abusos sexuales cometidos por de la Iglesia y sus encubrimientos, durante años. Tras aquella investigación, no solo salió el obispo Barros, sino que el Papa realizó una limpia histórica en la Iglesia chilena, descabezando a la alta jerarquía. Es uno de los datos biográficos que se han repetido en estos días en medios de comunicación de todo el planeta a propósito de su deceso, a los 88 años.

Era, sin duda, un Papa que intentó dar señales de humildad en diferentes momentos de su vida. Incluso a través de los ritos funerarios que dejaron ordenados -el tipo de ataúd, el lugar donde será sepultado, por ejemplo- son mensajes potentes en sí mismos. Pero me detengo una y otra vez en lo de enmendar tras errar. ¿Por qué nos cuesta tanto? Y pensando en el debate público local, ¿por qué equivocarse y cambiar de opinión siempre, al menos en política, parece más un símbolo de debilidad que de grandeza? A nadie le gusta equivocarse. Y a nadie le gusta equivocarse muchas veces y menos públicamente. A los ciudadanos, claro está, no nos agrada mucho que los que nos dirigen -la clase dirigente en general- metan la pata a cada rato, porque exigimos excelencia, evidentemente. Pero sigue siendo mejor pedir disculpas y enmendar -en lo privado y en lo público-, en vez de mantenerse en sus 13 (una expresión nacida a partir del Papa Luna) y seguir caminando con insana porfía.

‌Hace poco supe, a propósito de una conversación, de los erizos y los zorros. A mediados del siglo pasado, el filósofo Isaiah Berlin recurrió en un ensayo a una antigua fábula griega para definir los dos tipos principales de pensadores que identificaba: los erizos, aquellos que ven el mundo a través de una sola idea mayúscula y no salen de ahí, y los zorros, que se mueven en distintos planos y saben de distintas cosas, lo que les otorga la capacidad de dudar y enmendar.

En tiempos con ejemplos mundiales de erizos, ¿con cuál se quedaría usted, señora y señor lector?

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Sobre la firma

Rocío Montes
Es jefa de información de EL PAÍS en Chile. Empezó a trabajar en 2011 como corresponsal en Santiago. Especializada en información política, es coautora del libro 'La historia oculta de la década socialista', sobre los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. La Academia Chilena de la Lengua la ha premiado por su buen uso del castellano.
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