La nueva aventura de Russian Red abraza el teatro
La artista, que se hizo famosa con la música, ha publicado poesía e interpretado una película, se estrena como creadora y protagonista de la obra ‘Anoche en la azotea’

La cantante, compositora y actriz madrileña Lourdes Hernández (39 años), conocida como Russian Red, vive estos días una nueva encarnación como artista, esta vez en el teatro. Después de lanzar cinco discos, publicar poesía y protagonizar Ramona (2022), la ópera prima de la cineasta Andrea Bagney, escribe e interpreta Anoche en la azotea, que se ha estrenado este viernes en la madrileña sala Réplika, un oasis que está acogiendo las propuestas más arriesgadas y los dispositivos más sugestivos y desafiantes del ecosistema escénico de la capital, con propuestas que miran y piensan el presente sin complejos y donde las manifestaciones vanguardistas de lo sonoro y lo musical también encuentran acomodo.
De todas formas, la obra de Lourdes Hernández, con su impronta performática, se aleja de su faceta musical en su concepción, aunque encuentre ecos en su ejecución de la estructura y en el esquema de la canción como unidad narrativa y polisémica. Se viene cociendo desde hace un año, cuando la artista le propuso una colaboración al diseñador argentino afincado en Barcelona Andrés Reisinger. Él ha conquistado ya un reconocimiento en el ámbito del arte contemporáneo y la arquitectura con sus trabajos, que se acercan a la realidad virtual y el NFT (Not Fungible Token, algo así como archivos digitales únicos) en sus exposiciones en España, Francia, Estados Unidos, Dubai o el Metaverso y, sobre todo, con la viralidad de su diseño más conocido, la silla Hortensia, que fue adquirido hace dos años por el prestigioso museo alemán Vitra Design.

Anoche en la azotea es, pues, la apuesta conjunta de dos sensibilidades inquietas que dan un golpe de timón a sus carreras para probar con un lenguaje que aman y van conociendo sobre la marcha. Las ideas y textos iniciales de Hernández se combinan con la visión plástica de Reisinger, que aunque no está en escena dialoga desde la cabina con la performer en una pieza que cabalga el tiempo sin principio ni final, fragmentada y viva, en busca de una cualidad de work in progress que huye de la sensación de obra acabada dispuesta para su reproducción mimética. “La obra es en realidad una no-obra ―explica la creadora― porque se trata de conseguir que la obra sea un ensayo y que el ensayo sea la obra”.
Reisinger modula el ritmo junto a la actriz en tiempo real a través de los inputs que ella misma expresa en el escenario y que moldean la luz y el sonido. “Me interesa la tensión del cuerpo en vivo, es desde el cuerpo desde donde surgen las cosas, desde donde salen las verdades que la palabra camufla”, comenta el argentino, que antes de volcarse en el arte digital coqueteó con el teatro en Buenos Aires y se declara fan absoluto del dramaturgo Pablo Messiez.

El salto al teatro era igualmente un sueño largamente acariciado por Russian Red: “A mi amiga Ana López [diseñadora de vestuario de teatro, cine y televisión, habitual en las series de Los Javis, por ejemplo], le debo dos encuentros que cambiaron para siempre mi concepción sobre lo que se podía hacer en un escenario. Uno fue cuando me llevó a ver una obra de Peeping Tom [compañía belga de danza teatro] y la otra cuando estuvimos juntas en la Scuola Cònia de Claudia Castellucci, en Cesena [Italia]. Allí aluciné con que se pudiera llevar a cabo un estudio de lo escénico desde ese lugar tan poliédrico e interesante”.
Precisamente Castellucci suele decir que cada obra de arte inventa una forma del tiempo y Anoche en la azotea es también una búsqueda sobre un tiempo propio, una cápsula suspendida que nada tiene que ver con las narrativas aristotélicas. “Si una obra, vaya a verla jueves, martes o domingo, es siempre igual, prefiero verla en Netflix y pausarla cuando quiera para ir al baño. Eso en el teatro no me interesa. Prefiero que la obra te deje patinando, que no aporte certezas y significados cerrados con los que te vas tranquilo a dormir porque lo has entendido todo”, agrega Reisinger.
Una mujer, un cuerpo, que habla en inglés, italiano o español, que susurra o grita, que mastica las palabras o las dispara, que habla quizás de amor pero con la suficiente apertura como para que cada espectador interprete según su propio presente lo que está diciendo, lo que está pasando. Un dispositivo con mucho margen para la interpretación que, como dice Hernández, empieza casi desde que coges el metro para ir al teatro, sin que uno sea consciente de ello. “Me gusta que sea en Réplika porque esta sala mantiene una conversación sobre la incertidumbre muy interesante y eso me hace sentirme legitimada para hacer lo que estamos haciendo”. Es una forma de trabajar que ella también está explorando en paralelo en su faceta musical, ya que en estos meses está llevando a cabo una serie de conciertos en el Café Berlín de Madrid, uno al mes entre marzo y junio, donde está probando un tipo de exhibición menos cerrada. Entretanto, tanto Reisinger como Hernández esperan seguir llevando Anoche en la azotea a más lugares, aunque allá donde suceda será lo que en cada ocasión el tiempo y el espacio dispongan.

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