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Sophie Auster, cantante: “Mi padre fue mi mayor fan. Escuchó el disco entero antes de morir y eso es maravilloso”

La música neoyorquina, de gira por España, reflexiona sobre su último álbum, la inspiración creativa, la pérdida de su progenitor y el nacimiento de su hijo

La cantautora y actriz Sophie Auster, el pasado viernes en Pamplona.

Todo en Sophie Auster tiene el ritmo de lo vivido. No hay en ella pose ni fórmula. Habla como quien ha atravesado la noche y se ha sentado a descansar al borde del camino, con los pies descalzos, con un Campari soda, con un cuaderno arrugado repleto de melodías que duelen y consuelan al mismo tiempo. Acaba de lanzar Milks of Ulcers, está de gira por España y hoy lunes tocará en Madrid los temas de este disco que es bálsamo, sí, pero también es cicatriz. Un álbum nacido del fuego cruzado, de dos sentimientos opuestos. El nacimiento de su hijo y la muerte de su padre, el escritor Paul Auster. La vida estallando por un lado y desvaneciéndose por el otro. “Lo hice mientras todo se rompía y se armaba a la vez”, decía el pasado viernes en una entrevista en Pamplona. Y es fácil creerle.

Habla sin prisa, sin intentar embellecer nada. Con maravillosa serenidad. Cuenta que trabajar en el disco fue catártico y siempre ha usado la música como vía de escape, pero esta vez no era un lujo, sino una necesidad. Su dolor, su duelo, su desasosiego. Todo eso encontró refugio en la estructura invisible de una canción. “No como solución, sino como oxígeno”. “No sé si una canción puede curarte del todo, pero sí puede hacerte sentir mejor por un rato”. Como la leche caliente sobre una úlcera: no sana, pero calma. Milks of Ulcers.

Sophie Auster no quiere fingir certezas. Cuando habla de su trabajo, lo hace como quien observa una criatura ajena. “Mis canciones no están hechas para cerrar heridas, sino para acompañarlas”. Hay ternura, hay esperanza, pero también ansiedad. Incluso en las piezas más aparentemente alegres, late una sombra, un temblor, una turbulencia. En Heartbreak Telephone, por ejemplo, hay algo de góspel, sí, pero también la sospecha de que esa alegría no va a durar. Que tal vez se puede perder. “Quizás conocí a alguien, pero no sé si esto va a durar”, canta.

Lo mismo ocurre con Don’t Ask Me What I Do, donde la melodía de la estrofa parece haber existido siempre, como esas músicas que se instalan en la memoria del oyente sin pedir permiso. “Incluso cuando escribo algo luminoso, hay una inquietud en el fondo. Siempre hay una tensión. Siempre hay una sospecha”.

“Mi proceso creativo es una mezcla de intuición y repetición. Toco unos acordes, tarareo, me dejo llevar. Encuentro algo y lo repito hasta convertirlo en estructura. Luego me pregunto: ‘¿Y ahora qué?”. A veces la estrofa es tan potente que no sabe cómo superarlo en el estribillo. “Un productor me dijo una vez: ‘Esta estrofa y este puente son tan fuertes que te dejan sin aire para el resto”. Auster ríe. Y la conversación fluye como si fuera una sobremesa larga, con fondo de jazz y olor a café.

La cantautora y actriz Sophie Auster, el pasado viernes en Pamplona.

“La inspiración puede llegar en cualquier momento, incluso por la noche, cuando le canto al niño para que se duerma. Lo importante es relajarse, no juzgar. Solo dejar que salga”. Reconoce que muchas veces el 90% de lo que escribe es descartable, pero ese 10%… ese pequeño núcleo, vale la pena. Ahí está la chispa. Ahí está la luz.

Volvemos al principio, al origen, a los extremos. “El disco entero está construido entre mirar hacia atrás y proyectar hacia adelante. En aquel momento no había presente. El tiempo estaba suspendido”. En Let It Be Spring se imagina un reencuentro futuro. En Blue Team, anticipa una vida sin su padre. “Todas las canciones son puentes entre lo que fue y lo que tal vez pueda ser.”

Al hablar de su padre, Paul Auster, el gesto le cambia. Se recoge, se vuelve íntima. No lo subraya, pero se nota el dolor. “Fue mi mayor fan. Escuchó el disco entero antes de morir y eso es maravilloso”. Ella guarda eso como se guarda un secreto precioso. “Gracias a él tengo confianza. Siempre me animaba. Me empujaba a seguir hacia adelante.”

La conversación se aleja un poco de la música y se posa sobre el suelo firme de la literatura. Sophie Auster recuerda su primer disco que grabó con 16 años. Solo dos temas eran suyos. El resto, poemas de distintos escritores que se convirtieron en tremendas canciones. “Todo era de dominio público. No tuve que pagar derechos”, dice riendo. “La literatura siempre ha sido un refugio, sí, pero ahora, con un bebé pequeño, me cuesta encontrar el tiempo y la energía. Me duermo. No puedo mantenerme despierta”.

Santander aparece en la charla como una ciudad pequeña que la toca. Su madre, la escritora Siri Hustvedt, fue investida doctora honoris causa de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Le cuento a Sophie Auster que una vez soñé que conducía un descapotable y en el asiento de atrás estaban sus padres. Les llevaba por el Paseo Pereda y les mostraba orgulloso la bahía. En un momento dado, Paul Auster le decía a su esposa: “Cariño, deberíamos mudarnos aquí.” Justo después de esa frase me desperté con una sonrisa en los labios. Sophie también se ríe: “Mi padre jamás habría dicho eso. Era genial. Le encantaba imaginar otras vidas”.

Y de Santander pasamos a Nueva York, su ciudad, su raíz. “Allí hay tanta gente, tanto talento. La ciudad te obliga a superarte y a trabajar muy duro. Es un lugar muy estimulante. Siempre hay alguien increíble cerca de ti y entonces piensas… ¡Tengo que ponerme a crear ya!“. Nueva York es todas las ciudades y en su pulso frenético también hay ruido. “Me encanta el público de la ciudad, obviamente. También te digo que en España escuchan mucho y eso es fabuloso”.

Porque el arte necesita escucha, necesita espacio. Auster sabe que para crear hace falta libertad. “Lo hemos dicho siempre en casa. El arte no nace de la tensión, sino del juego. Por eso se dice que los niños son artistas. No tienen límites. Hacen lo que quieren”. Y en medio de la ansiedad global imperante, del miedo político, de las presiones del mercado, ella insiste: “Hoy el arte es más necesario que nunca”.

“Necesitamos espacios donde podamos seguir creando sin miedo. Si no, todo se va al carajo. El arte le pone color al mundo. Sin él, todo es blanco y negro”.

La charla acaba entre risas, copas medio vacías y frases que podrían pertenecer a una novela. Sophie Auster se levanta, recoge uno de mis anillos que le di a su niño para que jugase y se despide con esa mezcla de ternura y claridad que la define. Su gira por España continúa.

Ha hablado de heridas, de música, de libros, de Nueva York, de su padre, de bebés, de sueños, de canciones. Ha sido luminosa sin dejar de ser melancólica.

Y cuando se va, uno siente que ha estado no con una artista, sino con una mujer que escribe canciones como quien deja constancia de que ha vivido. Aunque duela. Aunque no cure. Aunque solo calme un poco. Como esa leche templada para las úlceras. Y eso, en estos tiempos de ruido y prisa, ya es bastante.

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