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Festival de Cannes
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Carla Simón conmueve en Cannes con la búsqueda de su identidad en la España de la heroína y el sida de los ochenta

La directora de ‘Alcarrás’ hace un emocionante exorcismo personal en su nueva película para recuperar la huella perdida de sus padres

Llúcia Garcia y Mitch, en 'Romería'.
Elsa Fernández-Santos

Tanto Alpha, de la ganadora de la Palma de Oro Julia Ducournau (Titane), como Romería coinciden en recuperar en este Cannes la memoria de las víctimas del sida y la heroína. Ambas películas compiten en el concurso y ambas reviven a los muertos. Hasta ahí las coincidencias. Si Alpha se regodea en el tormento, Romería lo hace en la vida. Con la España de los años ochenta de telón de fondo, la conmovedora y emocionante nueva película de Carla Simón habla de una chica de 18 años de Barcelona que decide viajar a Galicia para encontrarse con el fantasma de sus padres biológicos, y con los de su familia paterna, a los que apenas conoce.

Ese viaje a la identidad perdida se sitúa en 2004, justo antes de que la joven protagonista (Marina) ingrese en la escuela de cine, y está narrado a partir del diario de la madre, que en el guion de Romería se nutre de las cartas que la propia madre de Simón envió a sus amigas. Con la excusa de un documento oficial que necesita para una beca, y empujada por una desarmante determinación, Marina investiga qué fue de sus padres. En su rastreo de las pistas borradas, Marina devolverá la voz a una generación que se enganchó sin remedio, dejando en sus familias el estigma de la heroína y del sida.

Simón, que irrumpió en 2017 con Estiu 1993, en la que ya exploraba sus recuerdos familiares más dolorosos, responde a ese silencio con imágenes que no se imponen sino que van calando, demostrando cómo su estilo visual y su concienzuda dirección de actores se basa en la fuerza de lo imperceptible y sutil, en la suma de capas muy finas que parecen hechas de azar y que van conformando un sólido bloque de emociones.

Romería no es una película fácil; se acerca a la triste huella de la heroína de los ochenta desde un lugar insólito por su fragilidad y por su irable delicadeza. Simón vuelve a demostrar su capacidad para el fresco familiar, esta vez mucho más oscuro y problemático que el de su anterior película, Alcarràs, ganadora en 2022 del Oso de Oro en el festival de Berlín. En Romería se trata de una familia de provincias de clase media alta educada en la negación y el silencio. Los abuelos, tíos y tías conforman un coro (esta vez con una mayoría de actores profesionales) que habla mucho, pero poco de lo importante. Marina, escoltada por sus primos, busca respuestas en una casa que no ite preguntas y en su empeño, su íntima odisea conquista al espectador.

De la mano de la bella fotografía de Helène Louvart (habitual de Alice Rohrwacher), Romería supone un paso al frente en la filmografía de Simón gracias a su tramo final, en el que un viaje onírico al pasado eleva toda la película. Después de recorrer, guiada por la voz de su madre, cada esquina de Vigo —los pisos, bares y locales que frecuentaban sus padres—, Marina busca los restos de aquel naufragio en un Atlántico de delfines y barcos encantados. Y así, en su imaginación, su padre y su madre empiezan a tomar cuerpo. Ese o con los fantasmas que la engendraron está resuelto de una forma arriesgada y emocionante, ocurre en el terreno de los sueños, una puerta que se abre a través de la misteriosa presencia de un gato o de los restos de un barco olvidado. Sin fuegos artificiales, Simón entra en el terreno de la fantasía y del cuento convirtiendo a Marina y su vestido rojo en una especie de Alicia en el país de la heroína.

El personaje principal de Romería está maravillosamente interpretado por Llúcia Garcia, que junto a otro actor muy joven, Mitch, sobresale en su pirueta final y desdoblamiento al perseguir tozuda un pasado que le duele pero necesita expiar. Armada de juvenil valentía y con la protección (o lupa) de una cámara de video, Marina captura las señales que le llegan del pasado desde el presente. La cámara es el puente con la otra vida y todo lo que ve y graba compone las piezas de este precioso exorcismo en el que se revive, a través de sus padres, aquella tragedia colectiva de la España de los ochenta.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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