"Las feministas son mujeres infelices porque no encuentran marido, el feminismo es antiafricano, las feministas están siempre enfadadas y no usan desodorante. Tales tópicos, oídos de una forma más o menos velada pero con persistencia, llevan a la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) a definirse al comienzo de este librito como “feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres”. Y es que el término feminista es uno de los más cargados de connotaciones negativas que existen, lo que quizá sea la demostración más evidente de que el “feminismo” (el feminismo que busca sus propias estrategias y no se deja manipular por unas reglas del juego y unos usos lingüísticos que hacen trampa ya antes de que comience la partida) sigue siendo una bandera por la que luchar desde múltiples ámbitos. Un problema de “derechos humanos”, pero, como recalca Adichie, un problema “específico”. Por CARLOS PARDOLITERATURA RAMDOM HOUSE"A juicio de Ayaan Hirsi Ali, la solución de la trama pasa por reconocer algo evidente: aunque no lo compartan, la mayoría de los musulmanes “no están dispuestos a reconocer, y menos a repudiar, la justificación teológica de la intolerancia y de la violencia contenida en sus propios textos religiosos”. También muchos liberales se niegan a ese reconocimiento, único camino para detectar los fundamentos de la violencia en el Corán y los hadices, y como consecuencia proponer su reforma. Hirsi Ali parte de la distinción, ya elaborada en su momento por Mohamed Taha, entre la etapa de predicación de Mahoma en La Meca, y la de su acción política y guerrera en Medina. Los yihadistas de hoy serían herederos directos de “los musulmanes de Medina”. por ANTONIO ELORZAGALAXIA GUTEMBERG"Cuando Allen Ginsberg llega a la India con su compañero, Peter Orlovsky, en 1962 para pasar 15 meses, acaba de publicar Kaddish, el largo poema dedicado a su madre muerta que es su obra maestra y algo más: el testimonio de que ha dejado de ser un niño (“Mi infancia se fue con mi madre”) y que, por tanto, tiene que hacer algo para merecerse una mayoría de edad que necesita para estar a la altura de sus objetivos. Esos objetivos, claros desde que William Blake le hablara una década atrás, una visión que marcó el resto de su trayectoria literaria y vital, no eran otros que convertirse en “la voz de las masas” y en “un santo”. Por JESÚS AGUADOANAGRAMA