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“Nos decían que no iban a sobrevivir y 30 años después resisten”: cómo Sevilla se convirtió en el jardín más exótico de Europa

Más de 600 especies de plantas nativas de América llegaron a la ciudad con motivo de la Exposición Universal de 1992. Este hito significó el mayor desembarco de flora exótica en la historia del viejo continente, superando incluso al intercambio botánico que siguió a la conquista de América

Imagen del parque José Celestino Mutis.

A mediados del año 1987, los teléfonos de las embajadas españolas en los países iberoamericanos comenzaron a recibir llamadas con un insólito mensaje. España solicitaba el envío de plantas nativas para que formaran parte de la Exposición Universal de 1992. La respuesta fue abrumadora. Entre 1988 y 1991, llegaron a Sevilla, desde 21 países, más de 2.000 plantas (sobre todo árboles) de 613 especies, de las que solo una quincena se utilizaban hasta entonces en la jardinería española.

Se ponía así en marcha un ambicioso plan de introducción de plantas americanas en el paisaje de Sevilla, liderado por la oficina del comisario general para la Exposición Universal y el departamento de biología vegetal y ecología de la universidad hispalense, con el catedrático Benito Valdés al frente. “En el ámbito científico, el Programa Raíces fue una de las globalizaciones positivas más importantes que hubo a finales de siglo XX”, en opinión de Ricardo Librero, coordinador de los proyectos de paisajismo de la Expo ´92 y director de obra del Jardín Americano, creado para exhibir la colección de plantas exóticas donadas por los países participantes. Más allá de la ciencia botánica, supuso también el estrechamiento de los lazos entre naciones iberoamericanas, ya de por sí cercanos, gracias a una operación que se enmarcaba, como la propia Expo ´92, en los actos de conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América.

Jardín de la Plaza de América en Sevilla.

Sevilla es la ciudad europea con mayor diversidad de flora americana gracias a su histórico vínculo con las naciones de ultramar. Solo en su catálogo de árboles singulares, más del 25% son de origen americano. Desde 1567 hay noticias de la llegada de semillas a la Casa de la Contratación (hoy Archivo General de Indias) traídas desde América por encargo de Felipe II. El comercio colonial, a través de su puerto, y las expediciones botánicas, a partir del siglo XVIII, multiplicaron la introducción de estas especies foráneas.

La leyenda cuenta que el primer árbol americano plantado en la ciudad fue un ombú (Phytolacca dioica), llevado por el hijo de Cristóbal Colón al monasterio de la Cartuja, donde permanece hoy tras más de 500 años.

Sin embargo, fueron las dos grandes muestras del siglo XX, la del 29 y la del 92, las que más enriquecieron la jardinería sevillana. Durante los preparativos de la Exposición Iberoamericana de 1929, la ciudad comenzó a poblarse masivamente de especies del nuevo mundo. Palmeras, magnolios, palos borrachos, o jacarandás colaboraron en la metamorfosis de su paisaje urbano, sobre todo en torno al Parque de María Luisa y de manos del paisajista francés Nicolás Forestier. Esta transformación vegetal alcanzó su culmen con el Programa Raíces de la Exposición Universal de 1992, una operación que desde el recinto de la Cartuja, supuso la mayor incorporación de flora americana de la historia a la biodiversidad urbana de Sevilla.

Unos más y otros menos

Aunque no hubo ningún país que no respondiera a la llamada, la desinteresada contribución fue desigual. Todos los países seleccionaron sus especies más emblemáticas, sus árboles nacionales o los más ligados a su historia.

Honduras, a pesar de ser el más rezagado, lideró el envío con 360 ejemplares de 196 especies, principalmente bromelias y orquídeas. En el otro extremo, El Salvador solo pudo suministrar diez ejemplares de dos especies después de que un huracán acabara con su primer envío.

El segundo puesto del ranking lo ocupó Cuba, con 241 ejemplares de 127 especies, entre ellas, la icónica palmera real (Roystonea regia). Por aquel entonces presente únicamente en alguna colección particular, tres décadas después es habitual verla a lo largo de la Costa del Sol, como afirma Ricardo Librero, para el que la aclimatación de esta palma, que suele superar los 25 metros de altura, fue un auténtico reto: “Nos decían que con las heladas no iban a sobrevivir y 30 años después se conservan ejemplares enormes plantados al exterior”. Desde el país caribeño también llegaron en septiembre de 1988 varios ejemplares del valioso caobo (Swietenia mahagoni). Uno de ellos, considerado árbol singular de Sevilla, se conserva en el parque José Celestino Mutis, unos jardines creados por petición popular con los excedentes del Programa Raíces.

Argentina envió, entre otras 13 especies, a su emblema botánico: la jacarandá.

Argentina envió, entre otras 13 especies, a su emblema botánico: la jacarandá (Jacaranda mimosifolia). Ya presente en Sevilla desde 1929, con su potente floración azul violeta, es hoy, junto al naranjo, el árbol con más peso en el imaginario botánico de la ciudad.

La Paubrasilia echinata fue una de las contribuciones de Brasil. De este árbol se dice que da nombre al país por la manera en que los portugueses lo llamaban: pau brasil (palo brasil), en alusión al tinte rojo brillante como una brasa que se extrae de su madera. Estados Unidos también participó aportando especies como el arce azucarero (Acer saccharum), famoso por su savia utilizada en la producción del sirope de arce.

Muchas especies de plantas fueron simultáneamente aportadas por varios países. Es el caso de una de las más abundantes en el listado de envíos: la tabebuia o lapacho, nombres que recibe un grupo de árboles del género Handroanthus, nativos desde el Caribe hasta el centro de Argentina y que cada año siguen floreciendo en el Camino de los Descubrimientos, una de las principales vías del recinto que acogió la Expo.

Los jardines del parque José Celestino Mutis de Sevilla fueron creados por petición popular con los excedentes del Programa Raíces.

El árbol de Zara

Los primeros seis ejemplares de úcar u olivo negro (Bucida buceras) en recibir el sol peninsular llegaron desde el jardín botánico de San Juan de Puerto Rico en 1988, junto a otras especies interesantes como la Pimenta racemosa, muy utilizada en perfumería.

Tras más de tres décadas de ostracismo, en 2022, Zara incorporó el bucida en el diseño de sus nuevas flagship stores de todo el mundo. En casi tres años, se ha convertido en una seña de identidad de las tiendas de Inditex, lo que demuestra su capacidad de adaptación a unos espacios normalmente hostiles para las plantas.

Los Jardines de las Delicias de Sevilla.

El reto de la aclimatación

En menos de 48 horas, la mayoría de las plantas participantes en el Programa Raíces completaban el trayecto desde sus países de origen hasta el vivero de aclimatación creado para la ocasión junto a la Isla de la Cartuja. Esta celeridad contrasta con el tedioso transporte marítimo en las expediciones botánicas del siglo XVIII. Durante un trayecto que oscilaba entre los dos y los seis meses, según el origen, las plantas se enfrentaban a la falta de riego, el exceso de salinidad e insolación, las tempestades o incluso a los ataques de piratas, que ocasionaban que los pocos especímenes que alcanzaban su destino fueran inservibles.

Tanto para las primeras plantas llegadas de México, como para las últimas procedentes de Honduras, durante el desarrollo del Programa Raíces fue clave, además, la creación de un puerto franco en cuestiones fitopatológicas, un recinto sellado y acotado donde solo entraban los técnicos y que, en opinión de Ricardo Librero, además de evitar la entrada al país de nuevas plagas y enfermedades, “permitió salvar muchas especies que, de haber permanecido 40 días metidas en un contenedor, se hubieran muerto”.

El biólogo Mariano Martín Cacao, encargado del mantenimiento y control de las plantas en el vivero de la Expo, calcula que alrededor de un 40% de las especies se aclimataron sin problemas. A esa cantidad, según el técnico, habría que sumar otro 15% de las plantas presentes previamente en Sevilla, cuya aclimatación estaba demostrada. De todas ellas, las de California, Chile o Uruguay fueron las que tuvieron mayor facilidad de adaptación por la similitud climática con el Mediterráneo.

Una vez aclimatadas, muchas de las especies importadas se consiguieron reproducir, un nuevo hito que permitió iniciar un programa de intercambio con otras instituciones y que llevó a las especies americanas a un nuevo viaje hasta los jardines botánicos de Madrid, Barcelona o Córdoba.

Pese a este éxito inicial, para Martín Cacao, el nivel de introducción de estas nuevas plantas en la jardinería local no fue llamativo, salvo honrosas excepciones y cree que, entre otras cosas, se perdió la oportunidad para crear un jardín botánico en Sevilla, “asistimos a un momento de esfuerzo titánico de todos los involucrados y la jardinería pública no estuvo a la altura. Estábamos convencidos de que teníamos una joya entre las manos, pero se acabo la exposición y todo se esfumó”, concluye.

El Jardín Americano fue creado para exhibir la colección de plantas exóticas donadas por los países participantes.

El Jardín Americano

A pesar de múltiples contratiempos, el legado botánico más valioso de la Expo ‘92 sigue siendo el Jardín Americano. Concebido como la culminación del Programa Raíces, nació con la misión de albergar una diversidad botánica insólita a este lado del Atlántico. Como explica Ricardo Librero, a cuyo cargo estuvieron las obras de este espacio, “la mayoría de esas especies nunca se habían cultivado en el continente, a pesar de los cinco siglos transcurridos desde el descubrimiento de América para Europa”.

El jardín, que originalmente ocupaba dos hectáreas y llegó a extenderse hasta cinco, cayó en el abandono tras la clausura de la Expo ‘92, un simbólico 12 de octubre. En 2005, la mayoría de las plantas del invernadero habían desaparecido, incluidas valiosas colecciones de orquídeas y bromelias. De las cerca de 400 especies originales, apenas un centenar sobrevivió. Entre ellas destacan ejemplares como el cedro real (Cedrela odorata), donado por Costa Rica; el palo de Campeche (Haematoxylum campechianum), de la República Dominicana; o el ciprés de los pantanos (Taxodium distichum), regalo de México.

Su restauración comenzó en 2008 como parte de un plan de recuperación de la ribera de la Cartuja. En 2010, tras 17 años de abandono, el Jardín Americano reabrió sobre una extensión de tres hectáreas, con el invernadero original reemplazado por un umbráculo. Sin embargo, Ricardo Librero lamenta que “no se mantuviera la pureza de lo que se logró en el 92″.

Pese a este nuevo esfuerzo, el deterioro no tardó en regresar. En 2016 fue necesario emprender otra fase de restauración, reponiendo muchas de las especies originales. Esta vez, las plantas americanas pudieron adquirirse en viveros españoles, lo que significaba, paradójicamente, el éxito del Programa Raíces.

Paseo junto al Jardín Botánico Americano y el río Guadalquivir.

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