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Los estadounidenses también huyen de las leyes de Trump

Noruega acaba de aprobar un plan financiero para atraer investigadores de Estados Unidos

IDEAS 27/04/2025
Soledad Gallego-Díaz

La repercusión de las políticas internas de la istración de Trump está siendo notable en muchos aspectos de la vida de los estadounidenses. Por ejemplo, la Oficina Nacional de Investigación Económica ha detectado que los 13 Estados con legislaciones más estrictas contra políticas de género están sufriendo una pequeña, pero sensible, pérdida de población. Es verdad que, en Estados Unidos, siempre ha existido una fuerte corriente de migración interna entre Estados en busca de mejores condiciones laborales, pero en este caso los motivos son diferentes. Por ejemplo, padres con hijos trans, que temen el acoso que pueden sufrir en esos 13 Estados que han aprobado duras leyes trumpianas. O mujeres que desean tener hijos, pero que temen que en los Estados en los que viven se las obligue a llevar a término los embarazos, aunque el feto presente grandes malformaciones congénitas. Incluso obstetras que deciden emigrar a Estados donde la legislación antiaborto sea menos rotunda, disconformes con el trato que deben dar obligatoriamente a sus pacientes, bajo pena de cárcel.

Relatos en prensa local (cada vez más interesante y necesaria) recogen testimonios de este tipo de desplazados internos. En Nuevo Hampshire, por ejemplo, dan cuenta de profesores incómodos con una ley estatal, aprobada ya en 2021, que prohíbe la enseñanza de “conceptos divisorios”, es decir, temas relacionados con el racismo estructural en sociedades blancas, o similares. En ese Estado incluso existe una web donde denunciar a los profesores que, según padres o alumnos, incurren en semejante pecado mortal, que puede llevar a su despido. En Idaho se cuenta que uno de cada cuatro médicos obstetras ha cambiado o piensa cambiar de Estado. Lo importante es que no se trata de casos muy puntuales, sino de una corriente subterránea que está apareciendo en los 13 Estados que han abrazado políticas educativas, sociales o de salud pública profundamente regresivas.

Desde el punto de vista de Europa, los movimientos más interesantes se registran en la comunidad científica, donde las decisiones de la istración de Trump causan miedo creciente. Las órdenes de Trump provocan caos en agencias y organismos encargados de investigaciones científicas de todo tipo no solo por los recortes que introduce en su financiación, sino por las nuevas normativas que impiden desarrollar trabajos o tomar decisiones en las que aparezcan palabras malditas como “género”, “persona transexual”. Los editores responsables de 28 revistas especializadas en problemas de adicciones han firmado un manifiesto conjunto en el que llaman la atención de sus lectores “sobre los cambios abruptos y drásticos en la política científica que está implementando el actual Gobierno estadounidense”.

La incomodidad de buena parte de la comunidad científica estadounidense está siendo observada con mucha atención en Europa. Un país de seis millones de habitantes como Noruega, que no es parte de la Unión Europea —­entre otras cosas por su riqueza petrolera—, acaba de aprobar un plan financiero de más de ocho millones de euros para la contratación de investigadores “de otros países”, alusión encubierta a EE UU. La ministra del ramo lo dejó claro: “Es importante que Noruega sea proactiva en un contexto tan complejo para la libertad académica, sometida a presión en Estados Unidos”.

La rápida reacción de ese pequeño país es solo una muestra del movimiento que recorre el mundo académico e investigador de toda Europa, convencido de que es una oportunidad para repatriar talentos emigrados en su momento en busca de las facilidades de investigación y excelentes salarios de Estados Unidos y que ahora empiezan a considerar “otras posibilidades”. Y no solo talentos europeos, sino talento latinoamericano y estadounidense que tampoco cierra las puertas a emigrar a otros países más tolerantes.

Nada de todo eso será posible si, como escribían en un reciente artículo en EL PAÍS el profesor Andreu Mas-Colell y sus colegas del Instituto Einaudi, de Roma, la Unión Europea no incorpora rápidamente en sus perspectivas financieras un capítulo que permita ofrecer “paquetes retributivos atractivos”, flexibilidad institucional y paciencia estratégica para mantener el rumbo. Todo combinado con una cooperación intraeuropea, que lleve a la figura del “profesor europeo”. Al fin y al cabo, por mucho que las instituciones científicas de la UE no se encuentren hoy entre las primeras del mundo, ha sido Europa la que ha desempeñado un papel fundamental en otras coyunturas críticas en el desarrollo de lo que se puede calificar de “megaciencia global”.

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