Líbano afronta el peliagudo reto de desarmar a una debilitada Hezbolá
El presidente apuesta por desmilitarizar el grupo chií de forma dialogada, pero la presión de EE UU e Israel deja poco margen de maniobra a la organización armada

Líbano vive un tiempo nuevo e incierto en el que su mayor actor político y militar está contra las cuerdas. El partido-milicia Hezbolá alcanzó un acuerdo de alto el fuego el pasado noviembre con el Gobierno de Israel, pero no lo ha librado de las tropas israelíes, con ataques casi diarios en lo que describe como esfuerzos para impedir el rearme del grupo en el sur de Líbano. La pinza contra Hezbolá, gravemente debilitado tras meses de guerra abierta con Israel, la completan los mandatarios estadounidenses y las facciones rivales del grupo chií en Líbano, que se frotan las manos con los compromisos anunciados por el nuevo presidente del país. Joseph Aoun, cuya elección favorecida por Washington y Riad fue vista como parte de la construcción de un orden político posterior a Hezbolá, ha reafirmado su intención de avanzar hacia el “monopolio de las armas” por parte del Estado. El proyecto ya se ve reflejado en la labor del Gobierno, que el jueves celebró la primera sesión en la historia del país dedicada al desarme de la milicia.
La última aparición pública del presidente Aoun provocó vértigo en Líbano, donde los cambios llegan acompañados de temores de conflicto civil. “La decisión está tomada”, advirtió: “Hemos dejado claro que las armas [en Líbano] deben estar exclusivamente en manos del Estado”. Preguntado por el medio Al-Araby Al-Jadeed por si 2025 sería el año del desarme de Hezbolá, el presidente asintió: “En eso estoy trabajando”. Ahora, concluyó, solo queda “averiguar cómo implementarlo”, algo que se logrará mediante “discusiones bilaterales entre Hezbolá y la presidencia”.
La milicia chií es el único actor libanés que retuvo las armas tras el fin de la guerra civil en 1990. La particularidad de Hezbolá ha sido un motivo de fricción recurrente con ciertos sectores de la sociedad, que ven su arsenal como una herramienta de intimidación a nivel doméstico. Pero sucesivos gobiernos han reconocido el brazo armado de la organización como parte de la fórmula defensiva del país ante Israel. Eso cambió en febrero de 2025 con la formación del primer Ejecutivo en lustros alejado de la influencia de Hezbolá. Las circunstancias, ite el propio presidente, son “favorables”. El partido se encuentra aislado y abatido. Y a falta de encuestas, se percibe una mayor predisposición social hacia el desarme del grupo tras la ofensiva israelí del año pasado, que resultó implacable en aquellas comunidades donde Hezbolá tiene más seguidores.
La esencia de la tregua firmada entre Israel y Hezbolá sigue siendo la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que rige desde 2006. El dictamen prohíbe la presencia de las tropas israelíes y de los combatientes del Partido de Dios al sur del río Litani —a unos 30 kilómetros de la frontera—, y exige que el ejército libanés tome el control del territorio junto con los cascos azules. Tanto la resolución como la última tregua incluyen una resolución anterior, la 1559, que ordena el desarme de todas las milicias de Líbano.
Los bombardeos de las Fuerzas de Defensa de Israel salpican con frecuencia las carreteras y los municipios del sur de Líbano. La versión oficial israelí siempre alude a objetivos militares, pero la insistencia de sus ataques se percibe sobre el terreno como un acto de presión para forzar el cumplimiento de todos los preceptos del alto el fuego. Desde la firma de la tregua en noviembre, el fuego israelí ha matado a al menos 71 civiles en Líbano, según datos de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Paul Morcos, ministro libanés de Información, ha elevado la cifra de víctimas mortales a un total de 190 personas. Morcos registra más de 2.700 incidentes que cataloga como violaciones israelíes del alto el fuego, y coincide en señalar, junto con el presidente y los dirigentes del ejército, la cooperación de Hezbolá al sur del río Litani.
Morgan Ortagus, enviada especial adjunta de Donald Trump para Oriente Próximo, ha visitado Beirut en dos ocasiones desde febrero para recordar a los mandatarios libaneses la conveniencia de marginar a Hezbolá. Desde el Palacio Presidencial, Ortagus llegó a dar las gracias a su “aliado Israel por vencer a Hezbolá”, una afirmación que escoció en Líbano después de que la ofensiva matara a unas 4.000 personas, y afectara —según el Banco Mundial— a casi 100.000 viviendas.
“No permitiremos que nadie desarme la resistencia”
Naim Qassem, secretario general de Hezbolá, salió al paso desde paradero desconocido el viernes para contrarrestar las declaraciones del presidente. En un discurso televisado, el sucesor de Hasan Nasralá afirmó que el partido “no permitirá” que nadie lo desarme, e incluso advirtió que el grupo “confrontará a quienes ataquen la resistencia” del mismo modo en que Hezbolá “ha confrontado a Israel”.
El clérigo libanés reiteró la interpretación que Hezbolá hace de la tregua con Israel, alegando que solo requiere el desarme de la milicia al sur del río Litani. Qassem calificó de “ingenuos” a quienes perciben el grupo debilitado, y dejó la puerta abierta a dialogar con el presidente sobre la “estrategia defensiva del país”, pero solo cuando desaparezca “la presión de la ocupación” israelí.
“El presidente Aoun y el Gobierno están en una posición difícil”, dice David Wood, investigador de International Crisis Group. “Saben que hay actores tanto fuera como dentro de Líbano que empujan para que el desarme ocurra cuanto antes”. Sin embargo, “el énfasis que Aoun pone en el diálogo [con Hezbolá] demuestra que apuesta por un proceso gradual o consensuado, y no por uno que arriesgue el deterioro de Líbano”.
En el pasado, otros procesos de desarme que apostaron por la fuerza fueron catastróficos. En 1990, al término de la guerra civil, el ejército de Líbano y la milicia cristiana de las Fuerzas Libanesas se enzarzaron en combates que se extendieron desde el este de Beirut hasta la fenicia Biblos, destruyendo comunidades cristianas. “El presidente era miembro del ejército en ese momento”, recuerda Michael Young, analista para The Carnegie Endowment for International Peace: “Su propia experiencia le hace ser cauto. Aoun no quiere una solución militar [para desarmar a Hezbolá] y no iniciará una guerra civil solo por que estadounidenses e israelíes le presionen”.
El proceso parece irreversible. “Los israelíes pueden coaccionar a Líbano retomando el conflicto u ocupando más territorio”, resume Young. “Además, nadie lo dice, pero hay partidos políticos en Líbano a los que no les importaría que los israelíes remataran el trabajo por su cuenta”. Hezbolá y su patrocinador, Irán, especula el observador, podrían exigir una mayor cuota de poder de la comunidad chií a cambio de entregar las armas de la milicia. Pero para ello habría que retocar la Constitución y el difícil equilibrio libanés, “haciéndolo improbable”.
Ibrahim Mousawi, parlamentario de Hezbolá, niega a EL PAÍS la existencia de negociaciones ni de condiciones que hagan por ahora posible el desarme. Mousawi afirma que Hezbolá “apoya el monopolio estatal de las armas” y añade que las armas “no son un fin en sí mismo”, pero señala que el Gobierno nunca ha dado luz verde al ejército para defender Líbano de Israel. Menciona como ejemplo al “Imán Musa Sadr, uno de los fundadores del chiismo político en Líbano”. Antes del inicio de la guerra civil en 1975, recuerda Mousawi, Sadr pidió a las autoridades del momento “que entrenaran a los residentes del sur de Líbano para protegerse ante los ataques israelíes”, algo que Beirut rechazó. “EE UU nunca permitiría al ejército de Líbano defenderse a sí mismo”, alega el parlamentario, que lamenta que el país nunca haya contado con unas tropas debidamente equipadas. “¿Por qué no nos dan cohetes defensivos para proteger nuestro espacio aéreo?”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.