El giro conservador y el renovado ‘No Hay Alternativa’
El tablero se escora a la derecha. Lo hizo en las elecciones europeas y en las alemanas, las dos más importantes a este lado del Atlántico, y lo hizo aún con más claridad en Estados Unidos


En el extremo más occidental del continente, en el centro, en el Este. Portugal, Alemania, Polonia. El giro hacia la derecha de Europa prosigue con un goteo imparable de elecciones en las que apenas hay excepciones: España y un puñado de pequeños países sin apenas influencia, junto con la victoria en Rumania del candidato europeísta, la única buena noticia del fin de semana europeo. Incluso fuera de la UE, el centroizquierda solo ha avanzado en Canadá, a través de un tecnócrata, y en el Reino Unido, y con políticas económicas y sobre todo migratorias que difícilmente pueden calificarse de progresistas, en una política internacional completamente marcada por Trump, que parece tener el don de la ubicuidad. El tablero, en fin, se escora a la derecha. Lo hizo en las elecciones europeas y en las alemanas, las dos más importantes a este lado del Atlántico, y lo hizo aún con más claridad en Estados Unidos. En Europa, ese avance no es solo del centroderecha, sino también de la derecha populista. Veamos los principales porqués.
La Gran Crisis sigue sin cerrar del todo sus cicatrices: la pérdida de poder adquisitivo es una de las explicaciones de ese fenómeno. Pero las percepciones cuentan tanto como el bolsillo. El desconcierto, la incertidumbre y el miedo caracterizan el momento político, y en ese contexto el que gana suele ser el que más grita. Esta vez no ha habido errores de trazo grueso en las políticas económicas de los últimos tiempos, como sí los hubo en la Gran Recesión. Pero la acumulación de continuas crisis va haciendo mella en las sociedades occidentales. Y pese a los aciertos en la política económica general o incluso en las recetas contra la pandemia o la crisis energética, hay agujeros en las políticas sectoriales, como la de vivienda, que explican por qué Occidente ganó la Guerra Fría, pero está perdiendo la paz con una ira revisionista que se sustenta en un malestar, por no decir cabreo, cada vez más general.

Los motivos de esa inquietud son variados como los colores de una verdulería. Josep Borrell cita “la ola trumpista”, que trastoca cualquier debate y puede tener un componente de imitación, pero también “el miedo de las clases medias y el hecho de que las clases medias-bajas no ven mejorar su situación y están comprando soluciones populistas”. “La inmigración, además, está calando negativamente, salvo quizá en España, donde se ha asimilado mejor a los migrantes”, cierra el exjefe de la diplomacia europea. Las consecuencias políticas se ven con claridad en el colorido de los Gobiernos, cada vez más azuloscurocasinegro. Las de largo plazo solo pueden provocar una mueca de disgusto.
El impacto del crecimiento del euroescepticismo de ultraderecha es brutal, cuantitativa y cualitativamente. El posfascismo figura ya en varios Gobiernos, grandes (Italia) y pequeños; donde no ganan, además, los ultras se sitúan como una de las principales fuerzas de oposición, siempre al acecho. Ojo a los efectos de esa ola: los ultras van a condicionar el discurso de centroderecha, como se ve incluso en España. Pero sobre todo transmiten la sensación de que la alternativa solo es posible con la extrema derecha: “En cada vez más países son imprescindibles para gobernar, pero incluso donde no logran imponerse han cambiado el marco de la alternancia política convencional entre centroizquierda y centroderecha”, dice Pol Morillas, del Cidob.
Ese antiliberalismo, a menudo con tintes autoritarios, con esa mezcla extraña de nuevas tecnologías y viejos instintos, es una especie de renovado No Hay Alternativa, aquel bebedizo intragable del thatcherismo. Va a dejar ―está dejando ya― fronteras, vallas, barreras arancelarias, más gasto militar. Una preocupante atrofia de las instituciones multilaterales. Un predominio del relato basado en la autonomía estratégica y en la seguridad a nivel nacional. Un debilitamiento de las democracias mientras Estados Unidos y China se juegan la hegemonía mundial. Queda por ver qué hace Europa en ese marasmo, pero en cada una de las citas electorales que se suceden se ve cómo las sociedades europeas no son inmunes a esa textura que combina miedo, desasosiego, incertidumbre y desconcierto. Las próximas paradas importantes son Francia, por la pujanza ultra y la importancia de ese país en el tablero continental, y España, por su condición de sonora excepción a la regla. Si el giro a la derecha se consolida en París y Madrid, Europa estará volviendo la vista atrás como la lechuza de Minerva, pero no precisamente buscando la razón o la sabiduría. Lo contaba Thomas de Quincey en La invasión de los tártaros: “Llegados a mitad del camino que se habían dispuesto recorrer y conscientes de la magnitud de los sacrificios que les aguardaban, tenían tantas razones para seguir como para volver atrás”. La tentación del fracaso, versión europea, es una narrativa que empezó a forjarse hace mucho tiempo.
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