¿Por qué tu hijo se porta mal? Cuatro errores en la crianza que repercuten en su comportamiento
Sobreproteger, educar sin límites claros y a gritos y no tener en cuenta las emociones del menor puede generarle miedo, inseguridad y ansiedad, lo que afecta gravemente su autoestima


Educar a un hijo es una de las tareas más desafiantes y hermosas que existen. Un trabajo complejo que involucra múltiples desafíos y requiere grandes dosis de paciencia, amor y entrega, y que no se centra únicamente en acompañar al niño en su proceso de aprendizaje académico, sino también en la formación de valores y el desarrollo de actitudes y habilidades para poder dar respuesta a los retos que se va a encontrar a lo largo de su vida.
En ocasiones, las familias cometen errores en la crianza que repercuten directamente en el comportamiento de sus hijos. Diversos factores pueden originarlos, como la falta de experiencia, las inseguridades o temores propios de los padres, la imposición de expectativas poco realistas o la dificultad para hallar el equilibrio entre la firmeza y la permisividad. Estos errores, aunque realizados con la mejor de las intenciones, pueden generar confusión en los niños y afectar su desarrollo emocional, social y académico. También pueden influir negativamente en su conducta, afectando su autoestima, su capacidad para relacionarse con los demás, su manera de afrontar las adversidades, su rendimiento escolar y la forma en que gestiona y expresa sus emociones.
La sobreprotección es uno de los errores más comunes que cometen las familias y consiste en intervenir en la vida del niño, impidiéndole enfrentarse a las dificultades por sí mismo. El deseo de evitar la frustración, el sufrimiento y quitar las piedras del camino lleva a los progenitores a asumir las responsabilidades del menor, imposibilitándole que las asuma él. Pero un exceso de cuidado es muy contraproducente porque impide al pequeño que desarrolle las habilidades y destrezas necesarias para poder enfrentarse a sus problemas, aprender de sus propios errores, desarrollar la autonomía y construir su propia confianza. Acabará dependiendo excesivamente del adulto para actuar y tomar sus propias decisiones. Y esa sobreprotección puede generarle una falta de confianza en sus propias capacidades, miedo al fracaso, vulnerabilidad y dificultades para manejar el rechazo adecuadamente.
No establecer límites claros y coherentes en el hogar es otro error común, y la ausencia de normas afecta profundamente el desarrollo emocional, social y conductual del niño. Sin estas pautas, no sabrá qué se espera de él ni cómo debe adaptarse y actuar en su entorno, lo que le generará una sensación de caos interno. Sin reglas consistentes, el menor carecerá de referentes para poder entender qué comportamientos son aceptables, generándole mucha confusión y ansiedad. Esta incertidumbre le impedirá también desenvolverse con autonomía y seguridad en diferentes contextos. Una ausencia de estructura que provocará que perciba indiferencia por parte de los adultos que le acompañan, interpretándolo como falta de interés o cuidado, debilitando su autoconfianza y sentido de la identidad.

Sin límites, el niño no podrá desarrollar las habilidades necesarias para identificar y gestionar emociones como la frustración, el enojo o la tristeza, mostrando mucha irritabilidad e impulsividad. También mostrará dificultades para establecer relaciones saludables, enfrentar las consecuencias naturales de sus actos y mostrar empatía hacia los demás. Un pequeño que crece sin límites claros corre el riesgo de desarrollar comportamientos desafiantes y mostrar dificultad para entender lo que está bien y lo que está mal.
Unos límites establecidos desde el respeto y la coherencia permitirán a las familias crear en casa un lugar de respeto, seguridad y confianza, encontrar el equilibrio entre la firmeza y el afecto y establecer unas expectativas adecuadas hacia su hijo ofreciéndole la seguridad que necesita para aprender.
Algunas familias cometen el error de pensar que alzar la voz les otorga autoridad. Utilizar un modelo de comunicación poco asertivo, basado en los gritos, las amenazas o los reproches, únicamente creará entre padres e hijos muchos conflictos, malos entendidos y un apego inseguro. Este estilo comunicativo, basado en gritos y falta de respeto, genera en el menor miedo, inseguridad y ansiedad, lo que afecta gravemente su autoestima. Al asociar la comunicación con experiencias negativas, el niño puede sentirse incapaz de expresarse y desarrollar una baja confianza en sí mismo. A largo plazo, este tipo de interacción dificulta su capacidad para manejar el estrés, afecta en sus relaciones e influye en su rendimiento escolar.
No prestar atención a las emociones de los hijos, minimizándolas o ignorándolas, es otro de los errores más comunes de crianza. Esta falta de reconocimiento puede hacer que el niño se sienta incomprendido y desvalido, afectando su capacidad para identificar, gestionar y compartir sus sentimientos. Una falta de validación que provoca baja autoestima y dificultad para establecer relaciones saludables. La escucha activa, validar sin juzgar, ayudar al pequeño a identificar lo que siente y a desarrollar habilidades para gestionar sus emociones son aspectos fundamentales en una crianza saludable. Estas acciones permiten que el niño se sienta comprendido, querido y apoyado, fortaleciendo su confianza y promoviendo un entorno afectuoso que favorezca su desarrollo emocional y social.
En cualquier caso, los mejores padres no son los que nunca cometen errores, sino los que aprenden de ellos y siguen adelante acompañando con más amor y paciencia.
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