La sucesión del papa
Quizá el Vaticano, como las multinacionales de Silicon Valley, opte por alguien en sintonía con la oleada reaccionaria


Aún estábamos superando la tremebunda sobreexposición de los medios públicos a las rutinas religiosas de la Semana Santa cuando llegó la noticia de la muerte del papa Francisco. Su agotamiento vital le concedió un último aliento para dictar la bendición Urbi et orbi y recibir al vicepresidente de los Estados Unidos. El ultra J. D. Vance pudo estrechar la mano del Santo Padre y catar su cordialidad, pero minutos después se tuvo que tragar el sapo de un discurso papal en el que se insistía en los deberes cristianos de respetar la dignidad de los inmigrantes, reprimir el belicismo y condenar la masacre de civiles que se padece en Gaza. Pese al cinismo generalizado que conlleva siempre una muerte oficial, ha sido el Gobierno israelí el que ha vuelto a poner una cota absurda de intolerancia, al retirar sus condolencias por la muerte del Papa por verse importunado por su dedo señalador. Es curioso, porque hasta ahora no ha dicho una sola palabra en contra de los saludos nazis que han dispensado a diestro y siniestro los colaboradores del nuevo Gobierno norteamericano. Será que su afinidad con la ultraderecha xenófoba europea está reescribiendo la agenda del Gobierno israelí. Todo es oportunismo hoy en día.
El papado de Jorge Mario Bergoglio no puede ser analizado desde una perspectiva angélica. La bondad personal, incluso la campechanía, quedan en segundo término ante el mandato profesional de un líder. De cara a la sucesión, sería conveniente asumir que el Vaticano funciona como una gran empresa transnacional. A la hora de dirigir sus movimientos se parece más a Alphabet, la matriz del buscador hegemónico Google, que a una ONG. De ahí que, en su día, el elegido fuera Bergoglio cuando la Iglesia dejaba atrás dos papados enormemente controvertidos. El carismático Wojtyla, que tuvo una trascendencia política atronadora, dejó un rosario de agujeros negros. La corrupción económica, la asimilación de sectas y la nula colaboración para desvelar los miles de casos de abusos sexuales al amparo de las instituciones escolares eclesiásticas mancharon su legado. Su sucesor, un intelectual como Ratzinger, no tuvo fuerzas ni ganas para enfrentarse a estos asuntos. La elección de Bergoglio respondió a un olfato empresarial infalible para entender que tocaba colocar en la cima de la Iglesia a alguien con aires progresistas, que tuviera vocación reformadora y, sobre todo, que encarnara una manera de hacer más espartana y rigurosa.
Veremos lo que nos espera detrás del buen papa Francisco. Como han demostrado las grandes empresas de Silicon Valley, que son los nuevos monopolios dominantes en el mundo, es inteligente virar sus valores a favor del viento que toca. Todos ellos han rendido pleitesía al Gobierno ultraproteccionista de Trump y si fue penosa su sumisión al nuevo mandatario, aún más horrible fue que paralizaran sus programas de inclusión y sus filtros de moderación en las redes sociales. Tocaba agradar al poder, y el dinero no entiende de moral. Quizá el Vaticano muestre de nuevo un funcionamiento afinado y, como las multinacionales de Silicon Valley, opte por colocar de papa a alguien en sintonía con la oleada reaccionaria que nos rodea. De hacerlo, será una disposición pragmática, pero quizá costosa al largo plazo. No olvidemos que lo más frustrante de Bergoglio fue la escasa respuesta a los grandes desafíos de su institución. Su discurso, en cambio, contribuyó a frenar la deshumanización general. Toca esperar la decisión corporativa.
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