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Tribuna
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Gaza, pieza esencial de los 100 días trumpistas

Más de la mitad de lo que va de mandato del republicano coincide con el cerco a cal y canto sobre los palestinos en la Franja

Un niño de cinco años muestra claros signos de desnutrición en un hospital de la ciudad gazatí de Jan Yunis, el 1 de mayo.
Lluís Bassets

El mayor éxito de Trump, también su arma más eficaz, es su incansable capacidad para acaparar la atención. Cada día proporciona titulares, imágenes y espectáculo gracias a la inundación del espacio público con sus decretos presidenciales. Excepto en un caso, aunque quizás el más trascendente, como es la guerra de Gaza, pieza esencial de sus primeros 100 días presidenciales sin que haya firmado ningún decreto.

El cerco de hambre desde hace dos meses sobre los habitantes de la Franja merece llevar su nombre, puesto que es Trump quien dio luz verde a Netanyahu con su propuesta de expulsar a los palestinos para construir un resort turístico. Fueron inmediatos los efectos de su declaración, entendida primero como una broma macabra, pero luego valorada por el Gobierno de Israel como la solución final para la Franja. Así, Netanyahu pudo lanzarse a romper unilateralmente la tregua, trabajosamente negociada por Biden y obtenida en vísperas de la toma de posesión de Trump, y a bloquear luego los suministros en tanto Hamás no libere a todos los rehenes.

De los 100 días, 60 coinciden enteros con el cerco a cal y canto sobre los gazatíes, doblemente castigados: como escudos humanos bajo los que Hamás retiene a los rehenes y como colectividad condenada por Israel a elegir entre el exilio o la muerte, sea bajo las bombas, sea por hambre. En Gaza la guerra combina las estrategias más arcaicas, la limpieza étnica, el exterminio y los asedios a muerte, con la tecnología de la inteligencia artificial para programar los bombardeos en función del amplísimo margen de víctimas civiles tolerable, según el criterio del ejército israelí.

Mucho se le puede reprochar a Biden por el suministro de armas y el apoyo diplomático a Netanyahu, pero al menos mantuvo una presión constante para que no se interrumpieran los suministros a Gaza, defendió como salida la fórmula de los dos Estados y promovió las treguas, aunque fue Trump quien se anotó el éxito inicial de la última. A este último, en cambio, de Gaza solo le interesan los negocios que pueda hacer con su territorio y su identificación abusiva con el terrorismo de Hamás, que le sirvió en la campaña electoral frente a Kamala Harris y aprovecha ahora para justificar su ofensiva contra las universidades y su campaña de deportación de quienes se han manifestado contra la guerra y en favor de Palestina

A pesar de la identificación entre los gobiernos de extrema derecha israelí y estadounidense, y de sus respectivas derivas iliberales y autoritarias, divergen en la estrategia para terminar con la amenaza nuclear que constituye Irán. Mientras Netanyahu propugna la vía militar y considera peligroso cualquier proyecto nuclear civil iraní, Trump está ansioso por aparecer como paladín de la paz donde sea, en Irán ahora si no puede ser en Ucrania o en Gaza, y por esta razón deja manos libres a Netanyahu en su guerra contra los gazatíes para intentar por su parte la vía diplomática con Teherán. De ahí la negociación bilateral directa con el Gobierno iraní ahora en marcha, algo que los republicanos jamás habrían itido a un presidente demócrata.

Los europeos tuvieron un papel decisivo en el acuerdo nuclear con Irán de 2015, pero ahora están fuera de las negociaciones. Su ausencia es también parte del balance de los 100 días de Trump, desconsiderado con la UE y con las iniciativas europeas para Ucrania o Gaza. La más ambiciosa respecto a Palestina es la celebración de una conferencia internacional en junio propuesta por Macron, en la que Francia y otros países europeos reconocerían al Estado palestino y Arabia Saudí reconocería a Israel. No es seguro que le guste a Trump, porque Bruselas recuperaría su papel de primer nivel en Oriente Próximo.

También, a iniciativa de Noruega, país promotor de los decaídos acuerdos de paz de Oslo, la Asamblea de Naciones Unidas ha formulado una pregunta al Tribunal Internacional de Justicia: ¿tiene Israel alguna obligación como potencia ocupante de los territorios palestinos y como miembro de Naciones Unidas? ¿Debe asegurar y facilitar los suministros y servicios básicos para la supervivencia de la población civil de Gaza? Según el Gobierno de Netanyahu, este “procedimiento busca invertir de nuevo la ley internacional, invitando al tribunal de forma partidista y perjudicial a considerar que Israel solo tiene obligaciones y ningún derecho, y peor todavía, que dichas obligaciones son absolutas e incondicionales”.

Israel es incapaz de aplicar sus propios argumentos a los palestinos, a los que niega todo derecho, individual o colectivo: preguntar es ofender. La iniciativa de Macron, al igual que la audiencia esta pasada semana del Tribunal Internacional de Justicia, poco pueden incidir en los hechos sobre el terreno que tanto le gustan a Trump, pero señalan el camino del multilateralismo, la reciprocidad y la legalidad internacional como única respuesta a la guerra sin fin y sin sentido.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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