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Tribuna
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Los cuidados en la agenda de la cooperación Iberoamericana

Buena parte del futuro desarrollo pasa por el impulso a los sistemas de cuidados, que integren la atención domiciliaria y residencial, así como los cuidados profesionales y familiares

Una vendedora cuida a su hija en Bogotá, Colombia, en 2022.

A pesar de los avances logrados por las mujeres en las últimas décadas en los países iberoamericanos, las desigualdades a las que se enfrentan siguen siendo evidentes. Menor participación en el mercado laboral, empleos precarios, salarios inferiores o pensiones más bajas son solo algunas de las brechas que siguen lastrando los avances hacia la igualdad. Detrás de buena parte de estas situaciones encontramos la organización social de los cuidados, entendidos como todas aquellas acciones necesarias para el sostenimiento de la vida, y que siguen recayendo desproporcionadamente en las mujeres. Según datos de ONU Mujeres, las mujeres dedican en promedio entre 2 y 4 veces más tiempo a estas tareas que los varones, reduciendo en gran medida el tiempo de que disponen para su propio desarrollo personal, ocio, participación política y social y, por supuesto, para la formación y el empleo remunerado.

Así, la responsabilidad de las mujeres en las tareas de cuidado en el ámbito familiar limita sus posibilidades de acceder al mercado de trabajo y, cuando acceden, lo hacen a empleos más precarios, contratos a tiempo parcial o de duración determinada, a menudo en la informalidad por ser un espacio más flexible a las entradas y salidas intermitentes del mercado laboral para responder a las necesidades de cuidado. Derivado de esta situación, apenas una de cada dos mujeres en la región tiene un empleo remunerado, lo que dificulta su autonomía económica, su desarrollo personal y profesional, así como el crecimiento económico de los países, que pierden un valioso capital humano. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las tareas de cuidado no remunerado a nivel global equivalen a 2.000 millones de personas trabajando a tiempo completo sin remuneración, en torno al 25% de la población mundial total. En términos económicos, y tomando como referencia el salario mínimo por hora, el cuidado no remunerado supondría el 9% del PIB mundial. Más de tres cuartas partes de ese trabajo lo realizan mujeres.

Esta evidente desigualdad requiere de una profunda reflexión sobre el valor que damos a los cuidados en nuestras sociedades -recordemos que hablamos de actividades imprescindibles para el mantenimiento de la vida-, sobre los estereotipos de género que aún persisten y sobre el reparto de responsabilidades al interior de las familias y también en la sociedad -entre el sector público, la comunidad y el sector privado-.

Con relación a este último, la experiencia de los países más avanzados en este ámbito evidencia que los sistemas integrales de cuidados son fundamentales para avanzar en el camino hacia la igualdad en toda la sociedad. Son necesarios tanto para los cuidados dirigidos a menores de cero a tres años como, muy especialmente, para los cuidados de larga duración dirigidos a las personas en situación de dependencia, cuyo número está en aumento debido al proceso de envejecimiento de la población en el que la región está inmersa. La llamada “crisis de los cuidados”, asociada al aumento de la esperanza de vida y a la actual organización social de los cuidados, hace urgente repensar nuestras estructuras actuales para dar respuesta a una demanda creciente, sin que esta carga recaiga de manera desproporcionada en las mujeres y, especialmente, en aquellas en mayor situación de vulnerabilidad.

Como hemos venido señalando desde la Organización Iberoamericana de Seguridad Social y desde los organismos internacionales en la región, buena parte del futuro desarrollo pasa por el impulso a los sistemas de cuidados, que integren la atención domiciliaria y residencial, así como los cuidados profesionales y familiares, y los sistemas públicos como eje fundamental y los servicios privados complementarios. Los sistemas de seguridad social, mediante permisos, prestaciones económicas y diversos mecanismos de reconocimiento a las tareas de cuidado, también son parte fundamental de este proceso. En la región Iberoamericana, los avances aún son tímidos. Uruguay y España ya cuentan con sistemas de cuidado, que suponen un punto de inicio abierto a mejoras. Otros países, como Costa Rica o Chile, han diseñado mecanismos de apoyo, y el tema está de plena actualidad en la agenda política de la sociedad civil, los agentes sociales y la academia. La agenda latinoamericana de género lleva años insistiendo en la necesidad de visibilizar, valorar y reconocer los cuidados, así como de desarrollar sistemas integrales de cuidados. En el marco de las celebraciones del 30 aniversario de la conferencia de Beijing, esta demanda cobra especial importancia.

Por todo ello, la XXX Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado y de Gobierno, que se celebrará en 2026 en España -país impulsor de la cooperación iberoamericana y de la agenda de política exterior feminista- parece el espacio idóneo para que el sistema iberoamericano aborde finalmente este tema y adopte un compromiso a la altura del de otros espacios de cooperación regionales. Así, no solo saldaría una deuda con las mujeres iberoamericanas, sino que estaría contribuyendo al desarrollo social y económico de los países iberoamericanos.

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